"─ Buenos
días, hija.
─ Buenos
días, madre.” ─así eran todos los días hasta que me cansé y
la asesiné.
Sí,
la asesiné, a sangre fría. Todo planeado con meses de antelación.
Ni un cable suelto podía dejar. Ni el más mínimo detalle. Además,
una niña como yo, tan inocente, tan tierna siempre, no sería
sospechosa de su muerte, incluso habiendo pruebas evidentes… y si
lo fuese, no tendría otra opción que mandarlos a todos a una fosa
común con mi madre.
Ese
sería el primer asesinato de muchos otros. Me convertí en una
asesina disfrazada de empresaria de la cual nadie sospechaba cuando
alguien cercano a mí era hallado muerto. Nunca he matado por gusto,
o quizás sí. Definitivamente sí. Ver sus súplicas antes de morir…
sus lágrimas caer por la mejillas… sus plegarias a Dios (qué
absurdo, rezan a nadie)… es maravilloso.
Quizás
la muerte de mi madre fue por gusto, pero fue realmente divertido ver
su cara cuando le estaba rajando esa bonita piel, perfecta para su
edad. Le caían lágrimas como océanos, pero se disipaban con el
contacto con la sangre y se volvían rojas. Eso le quitaba tristeza.
Primero le destrocé la cara con la navaja que había heredado de mi
difunto padre y después poco a poco fui acabando con ella. A golpes,
como ella hacía cuando no me comportaba bien. Pero no eran golpes
simples, con la mano y ya está. Eran con la foto de su boda con mi
padre, para que viese que él si será eterno y ella no, que ser
infiel a veces sale caro y que matarla es excitante. Cuando consideré
que el marco del cuadro estaba bastante ensangrentado paré, besé la
cara de mi padre y lo dejé en el suelo. Bebí un trago de vinagre
para enjuagarme la boca, ya que mis labios tenían sangre y se la
escupí a mi querida madre en la cara para que le escociesen las
heridas, bastante profundas, que le había hecho antes. Tenía una
maleta con todo tipo de utensilios con los que le haría desear su
propia muerte, y la foto era el primero de unos cuantos más. Lo
siguiente fue quitarle el anillo de casada. Como no le salía de dedo
anular, no me quedó más remedio que cortárselo porque no merecía
poseerlo, así que con la misma navaja que le dejé la cara preciosa,
se lo corté y para que viese que seguía siendo una buena hija, metí
su mano en alcohol para que no se le infectase. Lloraba
desconsoladamente y gritaba creyendo que la escucharían, pero
obviamente el sonido no traspasa las paredes de un teatro
insonorizado completamente. Mi tortura solo había empezado, la
golpeé con todo lo que pude, sabía cómo hacerlo porque durante mi
infancia había recibido todo tipo de golpes por su parte, ahora a
mis 21 años sigo conservando las cicatrices que me había dejado en
todo el cuerpo. Por un momento siendo ternura por ella, en el fondo
es mi madre, me dio la vida, pero poco a poco, golpe tras golpe, me
la iba quitando, realmente ella no merecía mi piedad. Cuando tenía
6 o 7 años, me quemó media cara con aceite por no recoger la mesa
después de la cena. Ahora es mi turno, debo repetir sus hazañas,
pero no en mí, sino en su rostro. El aceite no es lo suficientemente
doloroso, por eso, utilizo una mezcla de aceite, sal y ácido
sulfúrico. Primero elevo la temperatura del aceite desorbitadamente
y poniendo su cabeza hacia atrás se lo arrojó en ella. Gritos.
Cuando el aceite ha penetrado en su piel, le aplico abundante sal
para que su piel queme de dolor. Más gritos. Y finalmente le aplico
H2SO4
por encima del destrozo que había hecho en su cara. La ha dejado
como un cuadro, su cara se parece a ‘El grito’ de Munch. La dejo
un rato sola gritando, llorando y volviéndose loca mientras preparo
mi penúltimo asalto. No quiero matarla aún, no ha sufrido lo
suficiente, se podría decir que ni la mitad de lo que he llegado a
sufrir yo. Por eso, solo quiero causarle una necrosis hepática
combinada con dolor por todo el cuerpo y un espantoso sarpullido
eccematoso, pero sin acabar con ella, porque el final será lo más
emocionante, así que me decanto por usar lewisita1.
Había pensado en usarlo en combinación con gas mostaza, pero
posiblemente eso hubiera sido el detonante final y me habría quedado
sin último asalto, ya que la inhalación de este gas te lleva a la
asfixia y aunque, he de reconocer verla asfixiarse no estaría nada
mal, no era suficiente, se merecía más, mucho más. En realidad
creo que todo lo que le he hecho no ha sido nada en comparación con
todo lo que podría hacer pero si el tiempo transcurría demasiado no
iba a durar viva debido a las consecuencias de todo el ‘daño’
que le había causado. De algo me habían servido las clases de
química que recibí durante mi adolescencia, así que utilizo mis
conocimientos para escoger qué compuesto químico puede hacer que se
prendan sustancias inflamables. Uno de los más efectivos es el
fosgeno, pero no podría transportarlo hasta el lugar del asesinato
sin solidificarlo, porque a temperatura ambiente es un gas altamente
venenoso, y lo último que quiero es causar mi propia muerte, así
que lo enfrío y presurizo, y finalmente lo llevo en una cápsula
hasta el teatro. Una vez dentro rocío el alrededor de mi madre con
gasolina, etanol y acetona para que en el momento que el fosgeno se
sublimice, mi madre comience a respirar el gas, sus pulmones se
dilaten y poco a poco le vaya costando respirar, hasta que
definitivamente el fosgeno reaccione con la gasolina, el etanol y la
acetona haciéndoles arder y quemándola a ella.
Dulce,
lenta y dolorosamente. Así es como empezó mi mayor hobby, asesinar.
Lewisita1:
compuesto químico peligroso y venenoso que puede provocar la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario