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viernes, 30 de mayo de 2014

Reseña: El niño con el pijama de rayas



1.- Ficha bibliográfica:
Título: El niño con el pijama de rayas                                                                           
Autor: John Boyle
Editorial: Salamandra

Argumento:
La novela trata sobre Bruno, un niño criado en Berlín bajo el régimen totalitario nazi, puesto que a su padre le encargan  irse a Auschwitz ya que es un militar de alto rango. Una vez allí, Bruno vive junto a su familia en una casa cercana a una ‘granja’ o eso es lo que él cree que es. Bruno tiene solo 9 años y lo único que sabe sobre la situación del momento es que Alemania es superior a todos los demás países y lo que su profesor le inculca junto a su padre. A pesar de que tiene prohibido atravesar las limitaciones de la casa, sus ganas de saber más, de explorar… Hacen que un día llegue a la granja donde conoce a Shmuel y se hace su amigo. Todos los días le intenta visitar, jugar con él y llevarle comida. Un día todo cambia pero ellos anteponen su amistad ante cualquier circunstancia, pase lo que pase.

Opinión:
Me ha gustado mucho, es un libro que entretiene, como está contado desde el punto de vista de un niño inocente, muchas veces te exaspera que no se dé cuenta de la realidad que está sucediendo, que por otro lado, es comprensible. El libro rebaja la crueldad nazi de la II Guerra Mundial porque lo cuenta un niño, si lo contase un adulto sería totalmente distinto, en parte, es de agradecer que sea relativamente ligero respecto al sufrimiento de los judíos. En definitiva, es un libro bonito en el que lo que más resalta es la amistad.
Lo que más me ha gustado ha sido la amistad verdadera de Bruno y Shmuel que permanece fija hasta las últimas consecuencias, es una amistad inocente de esas que ya no quedan y que le da a la historia una sensibilidad tremenda.
La historia trata de: realidad histórica, amistad.
La ambientación: la Alemania nazi de Hitler, los judíos vestidos con ropa de rayas típica de los campos de exterminio y los alemanes vestidos con ropa normal o militar.
El tiempo: holocausto nazi.
Los lugares: Berlín, campo de exterminio de Auschwitz.
Las palabras con que está escrita: está escrita desde el punto de vista de Bruno, lo cual  le quita crueldad a la historia.

No hay nada que no me haya gustado, ha superado mis expectativas, por decir algo que no me haya encantado, me hubiera gustado que fuese más real, en el sentido de que le falta crueldad porque según la época en la que está orientado la debería tener.
Los personajes que más interesantes me han parecido son Bruno, el niño alemán  y Shmuel, el niño judío, porque son inocentes, tiernos y niños, en todo su esplendor, que no saben la realidad en la que viven, Shmuel quizás se da más cuenta, pero Bruno lo único que sabe es lo que oye en su casa de boca de su padre; y Pavel, un sirviente judío, que a pesar de todo es demasiado buena persona y desprende ternura. Y los que menos me han gustado son el teniente Kotler porque es una persona  exageradamente pelota, Ralph, el padre de Bruno, porque es el típico nazi despiadado que ve con los ojos de Hitler y no con los suyos propios, como hace Matthias, el abuelo de Bruno, que lo único que hacen es crearle a Bruno una mentalidad racista e injusta.
El final es sobretodo impactante, inesperado y triste. Una historia como esa no merece un final como este, pero por otra parte el final me parece perfecto, se ve cómo la avaricia nazi muchas veces les jugaba una mala pasada y acababan con lo que más querían sin darse cuenta.
Por supuesto que recomendaría la obra a todo el mundo, porque es emocionante, triste pero a su vez bonita y muy inocente, es una historia que te hace reflexionar sobre la sociedad y sobre hechos históricos que en su día fueron aceptados a pesar de que eran inhumanos.

Debes seguir a un líder
e imitar sus ideales.
Una basura convertida en ideario.

Morir por tu país
o eso se debería,
al menos en teoría.

Tú mueres por un amigo
imponiendo la amistad
por encima de lo demás.

Demuestras lealtad
por alguien al que debías,
simplemente, odiar.


viernes, 23 de mayo de 2014

Dulce, lenta y dolorosamente


"─ Buenos días, hija.
Buenos días, madre.” ─así eran todos los días hasta que me cansé y la asesiné.
Sí, la asesiné, a sangre fría. Todo planeado con meses de antelación. Ni un cable suelto podía dejar. Ni el más mínimo detalle. Además, una niña como yo, tan inocente, tan tierna siempre, no sería sospechosa de su muerte, incluso habiendo pruebas evidentes… y si lo fuese, no tendría otra opción que mandarlos a todos a una fosa común con mi madre.
Ese sería el primer asesinato de muchos otros. Me convertí en una asesina disfrazada de empresaria de la cual nadie sospechaba cuando alguien cercano a mí era hallado muerto. Nunca he matado por gusto, o quizás sí. Definitivamente sí. Ver sus súplicas antes de morir… sus lágrimas caer por la mejillas… sus plegarias a Dios (qué absurdo, rezan a nadie)… es maravilloso.
Quizás la muerte de mi madre fue por gusto, pero fue realmente divertido ver su cara cuando le estaba rajando esa bonita piel, perfecta para su edad. Le caían lágrimas como océanos, pero se disipaban con el contacto con la sangre y se volvían rojas. Eso le quitaba tristeza. Primero le destrocé la cara con la navaja que había heredado de mi difunto padre y después poco a poco fui acabando con ella. A golpes, como ella hacía cuando no me comportaba bien. Pero no eran golpes simples, con la mano y ya está. Eran con la foto de su boda con mi padre, para que viese que él si será eterno y ella no, que ser infiel a veces sale caro y que matarla es excitante. Cuando consideré que el marco del cuadro estaba bastante ensangrentado paré, besé la cara de mi padre y lo dejé en el suelo. Bebí un trago de vinagre para enjuagarme la boca, ya que mis labios tenían sangre y se la escupí a mi querida madre en la cara para que le escociesen las heridas, bastante profundas, que le había hecho antes. Tenía una maleta con todo tipo de utensilios con los que le haría desear su propia muerte, y la foto era el primero de unos cuantos más. Lo siguiente fue quitarle el anillo de casada. Como no le salía de dedo anular, no me quedó más remedio que cortárselo porque no merecía poseerlo, así que con la misma navaja que le dejé la cara preciosa, se lo corté y para que viese que seguía siendo una buena hija, metí su mano en alcohol para que no se le infectase. Lloraba desconsoladamente y gritaba creyendo que la escucharían, pero obviamente el sonido no traspasa las paredes de un teatro insonorizado completamente. Mi tortura solo había empezado, la golpeé con todo lo que pude, sabía cómo hacerlo porque durante mi infancia había recibido todo tipo de golpes por su parte, ahora a mis 21 años sigo conservando las cicatrices que me había dejado en todo el cuerpo. Por un momento siendo ternura por ella, en el fondo es mi madre, me dio la vida, pero poco a poco, golpe tras golpe, me la iba quitando, realmente ella no merecía mi piedad. Cuando tenía 6 o 7 años, me quemó media cara con aceite por no recoger la mesa después de la cena. Ahora es mi turno, debo repetir sus hazañas, pero no en mí, sino en su rostro. El aceite no es lo suficientemente doloroso, por eso, utilizo una mezcla de aceite, sal y ácido sulfúrico. Primero elevo la temperatura del aceite desorbitadamente y poniendo su cabeza hacia atrás se lo arrojó en ella. Gritos. Cuando el aceite ha penetrado en su piel, le aplico abundante sal para que su piel queme de dolor. Más gritos. Y finalmente le aplico H2SO4 por encima del destrozo que había hecho en su cara. La ha dejado como un cuadro, su cara se parece a ‘El grito’ de Munch. La dejo un rato sola gritando, llorando y volviéndose loca mientras preparo mi penúltimo asalto. No quiero matarla aún, no ha sufrido lo suficiente, se podría decir que ni la mitad de lo que he llegado a sufrir yo. Por eso, solo quiero causarle una necrosis hepática combinada con dolor por todo el cuerpo y un espantoso sarpullido eccematoso, pero sin acabar con ella, porque el final será lo más emocionante, así que me decanto por usar lewisita1. Había pensado en usarlo en combinación con gas mostaza, pero posiblemente eso hubiera sido el detonante final y me habría quedado sin último asalto, ya que la inhalación de este gas te lleva a la asfixia y aunque, he de reconocer verla asfixiarse no estaría nada mal, no era suficiente, se merecía más, mucho más. En realidad creo que todo lo que le he hecho no ha sido nada en comparación con todo lo que podría hacer pero si el tiempo transcurría demasiado no iba a durar viva debido a las consecuencias de todo el ‘daño’ que le había causado. De algo me habían servido las clases de química que recibí durante mi adolescencia, así que utilizo mis conocimientos para escoger qué compuesto químico puede hacer que se prendan sustancias inflamables. Uno de los más efectivos es el fosgeno, pero no podría transportarlo hasta el lugar del asesinato sin solidificarlo, porque a temperatura ambiente es un gas altamente venenoso, y lo último que quiero es causar mi propia muerte, así que lo enfrío y presurizo, y finalmente lo llevo en una cápsula hasta el teatro. Una vez dentro rocío el alrededor de mi madre con gasolina, etanol y acetona para que en el momento que el fosgeno se sublimice, mi madre comience a respirar el gas, sus pulmones se dilaten y poco a poco le vaya costando respirar, hasta que definitivamente el fosgeno reaccione con la gasolina, el etanol y la acetona haciéndoles arder y quemándola a ella.
Dulce, lenta y dolorosamente. Así es como empezó mi mayor hobby, asesinar.

Lewisita1: compuesto químico peligroso y venenoso que puede provocar la muerte.