No sé cómo me pude enamorar de alguien que nunca había
visto en persona. Alguien que solo estaba en mi cabeza. Se podría decir que
habitaba en ella. Un amor imposible, ya que él no existía. Era solo una
ilusión, un ‘él’, producto de mi imaginación que quería convertirlo en
realidad.
Y así, me pasaba los días. Hablando sola. Riendo sola.
Todo gracias a lo que una mente humana es capaz de crear. Qué absurdo, ¿verdad?
Más absurdo fue cuando conocí a una persona que era tal y como la que mi cabeza
había creado durante todo aquel tiempo, pero estaba vez no era una ilusión, era
de carne y hueso. Desde el día que le
conocí, empecé a ser distinta, dejé sentirme sola, de necesitar crear personas
imaginarias para sentirme querida, porque él existía.
Es ridículo eso del ‘amor a primera vista’ hasta que
pasas por él, es decir, no te enamoras de un persona solo con verla, con
cruzártela en la calle de casualidad, pero si te enamoras de alguien que ya
tenías creado completamente y que de repente se hace real, al menos eso me
sucedió a mí.
Recuerdo cómo sucedió a la perfección:
Era un lunes por la tarde, el sol se acaba de esconder y
yo iba de vuelta a casa. Sola, como de costumbre. En mis tímpanos resonaba
‘This I Love’ de Guns N’ Roses. Cara de melancolía como siempre. En definitiva,
nada inusual en mí. Estaba cruzando un paso de peatones, iba justo por el medio
cuando él apareció. Se me paralizaron todos y cada uno de los músculos de mi
cuerpo. Un empujón me hizo volver en mí, y qué casualidad era él, me había
empujado, había evitado que me atropellasen. No sé para qué lo hizo, muerta
estoy mejor que viva, al menos no molestaría nadie. Desde ese día, siempre que
nos cruzábamos, él me sonreía y a mí se me caía la baba. Me sentía como una
cría, pero me gustaba. Me había enamorado o eso creía. El roce hace el cariño, y el cariño hace el
roce. Un día mientras iba por la calle, me lo encontré y sentí la necesidad de
hablarle pero no fui capaz, me temblaban hasta las palabras que intentaron
salir de mi boca. Días más tarde lo intenté de nuevo. Ésta vez tuve mejor
suerte, no fue como yo había imaginado pero no me quejo, fue bonito. En
realidad, sí, sí, me quejo. El día que consigo echarle valor y hablarle, tan
solo me da tiempo a decirle un ‘cuidado, te va a…’ ni acabar la frase pude. Un
coche se lo llevó por delante, quitándole la vida, a él, en vez de a mí, que
llevaba tiempo queriendo quitármela. Qué absurda es la vida, te da cosas para
quitártelas al poco tiempo, lo más romántico que llegué a decirle fue eso, y
para lo que me sirvió… Días después, muerta de dolor, me planté encima de su
tumba y cuando el cementerio se quedó vacío, me corté las venas hasta
desangrarme y caer rendida encima de su nombre.