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viernes, 25 de abril de 2014

Realidad imaginada.




No sé cómo me pude enamorar de alguien que nunca había visto en persona. Alguien que solo estaba en mi cabeza. Se podría decir que habitaba en ella. Un amor imposible, ya que él no existía. Era solo una ilusión, un ‘él’, producto de mi imaginación que quería convertirlo en realidad.
Y así, me pasaba los días. Hablando sola. Riendo sola. Todo gracias a lo que una mente humana es capaz de crear. Qué absurdo, ¿verdad? Más absurdo fue cuando conocí a una persona que era tal y como la que mi cabeza había creado durante todo aquel tiempo, pero estaba vez no era una ilusión, era de carne y hueso.  Desde el día que le conocí, empecé a ser distinta, dejé sentirme sola, de necesitar crear personas imaginarias para sentirme querida, porque él existía.
Es ridículo eso del ‘amor a primera vista’ hasta que pasas por él, es decir, no te enamoras de un persona solo con verla, con cruzártela en la calle de casualidad, pero si te enamoras de alguien que ya tenías creado completamente y que de repente se hace real, al menos eso me sucedió a mí.
Recuerdo cómo sucedió a la perfección:
Era un lunes por la tarde, el sol se acaba de esconder y yo iba de vuelta a casa. Sola, como de costumbre. En mis tímpanos resonaba ‘This I Love’ de Guns N’ Roses. Cara de melancolía como siempre. En definitiva, nada inusual en mí. Estaba cruzando un paso de peatones, iba justo por el medio cuando él apareció. Se me paralizaron todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo. Un empujón me hizo volver en mí, y qué casualidad era él, me había empujado, había evitado que me atropellasen. No sé para qué lo hizo, muerta estoy mejor que viva, al menos no molestaría nadie. Desde ese día, siempre que nos cruzábamos, él me sonreía y a mí se me caía la baba. Me sentía como una cría, pero me gustaba. Me había enamorado o eso creía.  El roce hace el cariño, y el cariño hace el roce. Un día mientras iba por la calle, me lo encontré y sentí la necesidad de hablarle pero no fui capaz, me temblaban hasta las palabras que intentaron salir de mi boca. Días más tarde lo intenté de nuevo. Ésta vez tuve mejor suerte, no fue como yo había imaginado pero no me quejo, fue bonito. En realidad, sí, sí, me quejo. El día que consigo echarle valor y hablarle, tan solo me da tiempo a decirle un ‘cuidado, te va a…’ ni acabar la frase pude. Un coche se lo llevó por delante, quitándole la vida, a él, en vez de a mí, que llevaba tiempo queriendo quitármela. Qué absurda es la vida, te da cosas para quitártelas al poco tiempo, lo más romántico que llegué a decirle fue eso, y para lo que me sirvió… Días después, muerta de dolor, me planté encima de su tumba y cuando el cementerio se quedó vacío, me corté las venas hasta desangrarme y caer rendida encima de su nombre.