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martes, 26 de noviembre de 2013

Un sueño inexplicable.


¿Qué significó aquel sueño? ¿Me quería decir algo? ¿Quizás me indicaba algo que sucedería en el futuro? ¿Una señal?... Millones de preguntas recorren mi cabeza, pero a día de hoy no he conseguido responderlas.
Me ocurrió una noche calurosa de verano. Todo parecía normal. Caminaba por una ancha calle de una preciosa ciudad. No estoy segura de su nombre, ya que no tenía nada significativo. Música en mis oídos. Pasos lentos. Nada extraño. Escaparates a ambos lados y a los lejos una fuente de la que salían chorros de agua sincronizados, casi de manera que, al dar un paso, el agua salía. No me dio tiempo a llegar a ella cuando todo sucedió. Uno, dos, tres, cuatro pasos. Me crucé con alguien. Su identidad permaneció desconocida por un instante. Nuestras miradas se cruzaron. De una manera casi perfecta nos miramos antes de seguir nuestro camino. Uno, dos, tres, cuatro pasos. Frené de repente. Sentí la necesidad de correr tras él. Y él sintió esa misma necesidad. Corrimos. Cada vez más y más rápido. El corazón se me aceleraba de una forma descomunal. No conseguíamos alcanzarnos. Seguíamos corriendo. El tiempo parecía inexistente. Por más que corríamos había un abismo entre nosotros. Algo cambió en un abrir y cerrar de ojos, y lo conseguimos. Tan solo un metro nos separaba. Un metro imposible de cruzar, un metro capaz de rompernos por momentos. Un cristal nos separaba. Nuestras manos se sentían tras ese extraño cristal, pero no podíamos tocarnos, ni abrazarnos, ni decirnos ‘te quiero’. Gritaba su nombre desesperadamente, pero él no me oía. Él gritaba también, supongo que el mío. Ese cristal era insonoro. No conseguí descifrar lo que sus labios, con ansia, intentaban decirme. Una sensación de impotencia recorría me cuerpo de arriba abajo. Un constante ‘quiero y no puedo’. Necesitaba tocarlo, tanto como necesito respirar. Puñetazos contra el cristal. No conseguimos romperlo. Y justo cuando parecía que el cristal desaparecía todo se volvió oscuro. Se me nubló la vista. Y sí, desperté. Casi no podía respirar, gotas de sudor bajaban por mi frente, y lágrimas se deslizaban por mejillas.
La única conclusión que he podido sacar de aquel sueño desde que lo tuve hasta hoy es que los sueños son solo eso, sueños. Inalcanzables, que solo cumples  un par de veces a lo largo de tu vida. Quizás es una vida paralela, la vida perfecta que querría tener. Ojalá se cumpliera algún día. Es difícil, sí, pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y por él haría ese y miles de sueños más realidad. Y pararía el tiempo en el momento en el que consiguiese abrazarlo, convertirnos en una estatua inmóvil, un ser inerte, pero no separarnos nunca.


...y al quinto pasó me mató.




‘No abras esa puerta’ me repetía una y otra vez mi mente desorientada. Pero… ¿dónde estoy? Ah, sí, creo que en mi casa, no estoy segura porque después del golpe en la cabeza estuve un rato sin conocimiento. Pero… ¿por qué me golpeé? Estaba corriendo escaleras abajo cuando… el escalón se partió en dos. Mi pie izquierdo se metió entre las dos tablas. Suavemente fui cayendo. Escalón tras escalón. Golpe tras golpe. Hasta al fin llegar al suelo. Pero… ¿por qué corría hacia el primer piso? Algo aterrador y espeluznante tuve que ver en aquella habitación como para salir disparada. Tomo unos segundos para pensar. Subir o no, esa es la cuestión. Si subo, quizás no vuelva a bajar. Si no subo, no sé qué ocurrirá. Ya está. Decisión tomada. Respiro hondo y comiendo a subir. Al primer paso, un escalofrío me recorre las piernas. ‘No sigas’ dice la parte sensata de mi cerebro. ‘Sigue’ gritan mis labios. Adrenalina. Eso es. Estoy sedienta de adrenalina. Camino silenciosamente. Me hallo frente a la puerta que me hizo caer. No soy tan alocada como para cruzar la puerta sin algo con lo que defenderme. Cojo de la pared un tornillo que está casi suelto. Sí, lo sé, con eso no conseguiré defenderme, pero es lo único que hay. No tengo tiempo para buscar nada mejor. Beso mi anillo, ese que me había regalado Tim cuando nos conocimos, ya que quizá sea la última vez que lo haga. ¡TIM! ¿Dónde está Tim? No lo volveré a ver. O sí. Todo depende de lo que me encuentre tras la puerta. Entraré y saldré, viva. Después de conseguirle no puedo permitirme perderle. Respiro hondo, cierro los ojos, agarro con fuerza la manilla y abro. Empujo la puerta. Doy un paso. Ya estoy dentro. Abro los ojos pero no hay nada, todo parece normal. La cama… está desecha. Alguien ha estado aquí. Pero… ¿quién? ¿Es solo una táctica para despistarme o Tim se ha traído a otra aquí? Quiero creer que la respuesta es lo primero pero pondría la mano en el fuego. Aprieto entre los dedos el tornillo que cogí de la pared. Me calmo y sin moverme de mi posición actual, observo la habitación. Un armario, un escritorio, una cama, una alfombra, una pizarra con el número 5, una lámpara, un perchero… un momento… UNA PIZARRA CON EL NÚMERO 5. ¿Por qué ese número y no otro? ¿Por qué? Demasiadas preguntas me aturden. Seguro que no es nada, tranquila. Doy un paso a mi izquierda. Abro el armario y… esto no es normal. No lo es. No lo puede ser. Varias camisetas están colgadas formando una palabra, la palabra ‘sosap’. ¿Eso es élfico, marciano o qué es? Una coincidencia, solo es eso. Me pongo de cuclillas intentando tranquilizarme. ‘Todo está bien, tú estás bien, él estará bien’. Me intento poner de pie y una voz susurra ‘Te quedan 4’. Pero, ¿4 qué? No puedo más. Tengo miedo, mucho miedo. No tenía que haber subido. Giro bruscamente hacia la puerta. Un paso. Estoy en el pasillo. Dos pasos. Tres pasos. Estoy en la boca de la escalera. 4… no. Ya no  hay cuarto paso. Un taladro me atraviesa por la espalda a la altura del corazón. Un taladro que sale del hueco del que saqué el tornillo. Empiezo a escupir sangre. En la punta del taladro, mi corazón. Todo eran pistas, estaba claro que esto iba a pasar. El número 5, las camisetas formando ‘sosap’, mejor dicho, ‘pasos’, la voz susurrante... Estoy muerta… al quinto pasó me mató.